martes, 8 de noviembre de 2011

No me lo explico, pero, guo aini.


El nervio de la voz, el acento apagado, reaparece la mirada adolescente cuando salimos del bar.
Su moto es la segunda empezando por la derecha, frente a la puerta del local: enciende el tercer cigarro. Está intranquilo pero su mirada transmite paz. No quiero besarle, sólo abrazarle, al mirarle más despacio descubro una extraña hermandad. Qué tan dulce desconocido de la noche, mis palabras te confunden pero parecemos comprender, asentimos sonrientes ante el revuelo de frases que inventamos en un cuarto idioma que sólo nos pertenece.

I'm a safe driver, he says.
How do you say that in Chinese?, contesto.

Taipei me recuerda a un pueblo de mar con el que he debido soñar varias veces.
El casco me resbala por la cabeza, no atino a econtrar dónde agarrarme. Pero James Cheng conduce despacio, fiel a su apariencia, y así el presente se prolonga para que pueda repertirle what a nice guy he is. It's OK, responde cada vez, y echa el cuerpo hacia delante como queriendo despertar.

jueves, 11 de agosto de 2011


Estás tan quieto, parado, con la tez blanca y la ropa oscura.
El gesto tuyo es más duro y con la mirada azul recorres todo lo que queda por encima de mi cabeza. Y de la de cualquiera que te mire.

Pasarán por lo menos tres años hasta que vuelva a buscar esta foto. Si me la encuentro antes creo que se me contraerá el pecho en un movimiento lento, duradero, que conecte con la memoria y con mis ganas de vivir de entonces. Que son las de ahora. Y que son en cierto modo las de antes, pero un poco más débiles, puede.
Eso es por el propio cuerpo, que nace, absorbe y herido, en un punto, deja de agitarse.

Pero tú permanecerás inmóvil, discreto, sobre el papel del recuerdo que yo ahora sostengo en la mano.
Y nadie más dará fe de este momento, que bien me ha valido más de 140 palabras para poder explicarlo.

miércoles, 20 de julio de 2011

El urbanismo: aprender a contener el sentimiento guerrero.


De tu casa a mi casa he escogido un nuevo camino por el que he vuelto las noches que nos hemos visto desde que no estamos juntos. Es un camino más corto y más solitario.
Las dos veces que lo he recorrido me he parado en la misma esquina a punto de llorar. Pero las lágrimas al final nunca acaban de asomar y eso me inquieta porque me paro en la calle con el deseo verdadero de soltarlas. Pero no puedo. Sigo andando y escucho canciones que no están en nuestro imaginario. El ruido de los coches se escucha de fondo, recuerda la realidad, lo impasible que permanece todo a pesar de todo.
Te he tenido que pedir que me abraces fuerte, cojones, y al final has acabado dándome un par de palmaditas en la espalda mientras yo te he besado un hombro.

Me acuerdo ahora de tu cara y suena a Shubert. Pero no era eso lo que tocaba tu madre al piano cuando hemos entrado a dejar a Yoyo.

Cruzo una calle, tras otra calle, tras otra calle y repaso las cartas de amor que quiero escribirle a las personas a las que quiero esta noche: a Carmen, a Tony, a mi padre.

Esta es la tuya. Es la única que he escrito, en realidad.

domingo, 17 de abril de 2011

El sábado pasado por la tarde


Ayer mi abuela me acompañó hasta la pasarela que cruza la carretera de Colmenar, para que no me perdiera. Mi abuelo, que insistía en que iba a atravesar las vías del tren, unas que existen sólo en su fantasía de un mundo mejor que está a punto de acabar, tuvo que sentarse en un banco a mitad de camino. Ahí fue cuando mi abuela y yo recuperamos el paso.

Anduvimos por un sendero de tierra muy estrecho, pegado a las pistas de tenis y a la piscina todavía cerrada, con el sol cayendo sobre el horizonte en una vertical perfecta que ablandaba nuestros ojos. Cuando llegamos al final del camino y tuve que seguir sola, mi abuela me abrazó muy fuerte, como si me fuera a la guerra, y agitó la mano hasta que se le cansó el brazo y decidió darse la vuelta para volver a casa, tan repentinamente, que me pareció que de cuajo, a mi abuela se le había olvidado que era abuela, y a su mano agitada que poseía un brazo.

Atravesé el puente y seguí buscándola con la vista. Conseguí encontrar un pegote del color de su chaqueta que se fundía despacio con el calor de la tarde y empecé a escuchar en el aire su nombre, el mismo que empieza a lucir mi recién nacida hermana.